El título es la descripción parcial de la realidad. Es cierto que estamos ascendiendo por la pendiente, pero lo que nos espera allá arriba no es como continúa la letra del tema de Serrat: “que arriba mi calle se vistió de fiesta”. 

Por encima de la mirada de un tema tan crucial y preocupante desde una comparación tan banal como graficar el crecimiento de la curva en su escalada al pico con una referencia al cancionero popular. La música, la literatura, el arte en sí, es la esencia misma de nuestro complejo mundo interior y en muchas ocasiones nos define e interpreta con mucha más precisión que con otros conceptos más sofisticados. Lo que nos espera en la cima del pico no es una calle vestida de fiesta. Llegar ahí arriba, en estos momentos, nos llena de incertidumbre. Sabemos que los contagios, se han multiplicado por cinco, en estos últimos días en el AMBA, que es el escenario geográfico más comprometido y peligroso por su alta densidad demográfica. El caldo de cultivo y propagación ideal de cualquier elemento infeccioso. El coronavirus o COVID-19, como se lo quiera denominar, está fuera del alcance de los conocimientos humanos. Por el momento no tiene cura. Solamente alcanzamos a tratar de que haya la menor cantidad de contagios con las únicas armas a disposición. Testeos, aislamiento, distanciamiento, prevención con máscaras, barbijos, guantes, alcohol, lavandina, lavarse las manos, toser en el pliego del codo y todo lo que podamos. Es nada más que tratar de no contagiarnos. Un paliativo. Hasta que aparezca la vacuna. Por el momento no está. Hasta que esto no ocurra, no hay otra posibilidad. Es un virus muy contagioso y debemos respetarlo. Esta es la etapa crucial, la más comprometida. Irá creciendo la cantidad de casos. Debemos hacer el esfuerzo para que sea con las menores cifras posibles. Estas dependen de que sigamos teniendo respeto por ese maldito bichito y hagamos todo lo necesario para evitar el contagio. Al primer síntoma hay que recurrir a la asistencia médica para testear si estamos o no infectados. El diagnóstico precoz es la única manera de tratarlo con mayores posibilidades de cura. Debemos ser responsables, por nosotros, por nuestros afectos y por la sociedad toda. Alcanzada esa meseta, de la cual no sabemos cuánto tiempo y contagios nos costará, vendrá un tiempo de estabilización hasta comenzar a transitar por la pendiente hacia abajo. Ese es el comportamiento en otros países del mundo que pasaron por situaciones similares con este virus, un poco antes que 

nosotros. Nada está dicho sobre si acá pasará lo mismo ni en qué tiempo ni cómo. Lo más acertado e inteligente que podemos hacer es cuidarnos para disminuir al máximo la posibilidad de toparnos con el virus. La suma de todos los esfuerzos individuales en ese sentido, nos pondrá a toda la sociedad, en una posición ventajosa en esta guerra en la que estamos combatiendo contra el enemigo invisible. Hablando de guerra vamos a entrar en el terreno del enfoque de esta realidad que nos ha tocado vivir a la humanidad entera. Por los efectos que está causando sobre las personas y los países, vale compararlo con lo que ha sucedido en las guerras, sobre todo en las mundiales. Donde los daños han sido devastadores en todo sentido. Acá viene la asociación llevada a un caso tan extremo. Se está peleando en varios frentes. El conflicto principal es el sanitario. Es la madre de todas las batallas. En este momento. Aquí y ahora. Es estar en una trinchera con lo que queda de un pelotón diezmado por las balas enemigas. ¿Qué hacemos en ese momento? Pensamos en buscar un empleo con mejor salario. Tratamos de cambiar la casa. Buscamos una comida rica para comer. No, rotundo. Tenemos que protegernos para salvar nuestra vida. Nos acurrucamos en el agujero y repelemos la agresión o tratamos de escapar del ataque. Lo que sea mejor.
El objetivo principal es salvar la vida. De la forma a que dé lugar. Todo lo demás, es muy importante, pero es para después, si quedamos vivos. Los otros temas, también son vitales y principales. La economía, los empleos (aquí sumamos a los que tenemos, los que perdimos, los que nunca tuvimos, los salarios) lo mismo para las empresas, mini, chicas, medianas o grandes; la educación, la justicia, la política. Todos en general y cada uno en particular pueden ser considerados también, “Las madres de las batallas”. Como madre hay una sola, la conclusión es que si no respondemos a una sola madre es que venimos muy mal parados como sociedad e individuos. No podemos acordarnos ahora, que estamos en terapia intensiva, de todas las asignaturas pendientes. Si logramos sobrevivir, hagamos el pacto de empezar de nuevo. A reconstruirnos para hacer bien, todo lo que hicimos mal. De eso somos culpables todos. Pensemos un poquito con eso que está en la parte superior de nuestro cuerpo, que algunos lo usan para llevar el cabello o la gorra. Esa es la máquina de pensar. Tenemos que usarlo para eso. Es muy sencillo, nada complicado el razonamiento. Debemos contestarnos a la siguiente pregunta: ¿Por qué, en los últimos 50 años la economía global alcanzó un espectacular crecimiento donde se pudo producir suficientes recursos para generar más y mejores empleos, disminución de la pobreza y mayor igualdad para las personas? La pregunta que sigue a ésta es: ¿Por qué a nosotros nos fue tan mal? Eso es lo que viene después de la pandemia. Contestar estas preguntas. Llegar a la respuesta 

acertada. Sin excusas ni mentiras. La culpa es nuestra. De los ciudadanos y de los políticos. De los que estuvieron en el poder y de los que no. Los que más lo ejercieron, más responsables que otros. Pero todos, incluyendo a los de a pie. Todos contribuimos a que este país, con todos los recurso materiales y humanos que dispone, llegue a esta altura, arrastrándose en los peores lugares de cualquier estadística productiva que se pueda manejar. Ahora es el momento de la pandemia. Todos con el pico y la pala a pelear contra el bichito. Callados en la política. No aprovechar la situación, donde todos estamos ocupados en sobrevivir, para sacar ventajas. Más agua para sus molinos. ¿Todavía más? ¿Cuánto y hasta dónde más? Insistimos, durante el combate, todos contra el enemigo invisible, es el único objetivo. Cuanto esto termine, otra vez, pico y pala para reconstruir el país. Otra vez todos los soldados, buenos hijos de esta patria a pelear contra las otras “madres de las batallas”. O nos unimos o nos destruimos entre nosotros. No hay mejor identidad que ser todos argentinos. Entonces sí podemos cantar la frase completa: “vamos subiendo la cuesta que arriba mi calle se vistió de fiesta”. La fiesta de los argentinos creciendo junto con su país.