Últimamente, sobre todo durante la campaña electoral que afrontamos este año, se encuentra en boca de muchos el asunto del salario mínimo en la Argentina, y si este es justo o si debe subirse, y en ese caso, cuánto debe subirse.

La cuestión del salario mínimo es un tema muy interesante, pero que esconde un gran desconocimiento sobre el funcionamiento económico de una sociedad. Ya hemos hablado de los efectos negativos que conlleva el controlar los precios de los productos y servicios del mercado, junto con sus aún peores consecuencias.

Y es que, a diferencia del imaginario colectivo, los salarios no se eximen de entrar en la misma categoría, ya que, el salario, es también un precio. Y por más que insistamos en llamarlo de forma distinta, o diferenciarlo de los mismos, juega bajo el mismo sistema de reglas. El discurso político de exaltación y a la espera del voto fácil, nos ha hecho creer que esto no es así, pero allí prima la clave del problema:

Los intereses de quienes hacen una diferenciación arbitraria del salario y los precios, no son los intereses de quienes dispondrán del salario, sino de quienes buscan el voto del poseedor de dicho salario, incluso a costa del bienestar del trabajador común, en pos de maximizar una red clientelar de adeptos, en muchas ocasiones, por no decir en todas.

Para empezar a desmenuzar el meollo de la cuestión, hay que aclarar antes que nada lo que las leyes de salario mínimo no hacen: no mejoran la calidad de vida del empleado. Es más, la perjudica. Y mientras más pretenciosa la ley, aún más se castigan los beneficios futuros. Esto es típico de los programas económicos cortoplacistas con tintes populistas.

Demos un ejemplo. En caso de que se promulgue una ley que obligue a no pagar menos de $50.000, supongamos, los que trabajen por menos de esa cantidad en algunos casos perderán su trabajo, o las personas cuyo trabajo esté valuado por debajo de ese precio, no podrá conseguirlo. La ley no es un papelito mágico, que cual varita, vendrá a solucionar las condiciones sociales, por el simple hecho de permitir, o no permitir, tal o cual cosa.

Esto a su vez perjudica a las personas que se veían beneficiadas por consumir los productos y servicios, que ahora, por la regulación, se encuentran en una situación de malestar. Sin embargo, en caso de que efectivamente, se pague a los trabajadores por debajo de lo que realmente vale su salario en el mercado, este tipo de casos suele ocurrir en los sitios donde se castiga la libre competencia, castigando también la libre competencia de salarios, ampliando la oferta del potencial empleado para elegir al mejor postor.

Otra ayuda podría ser la asistencia una organización sindical honesta, que funcione de acuerdo a los intereses del trabajador, quien tendría una posición de cliente, en vez de la forma en que funciona en muchos rubros, regularmente desviándose de su propósito original.
Para finalizar, otro de los aspectos negativos, que no se vislumbran de las leyes de salario mínimo, es que son igual de engañosas que los controles de precios, en reflejar una aparente sensación de mejora.

Si una ley obliga a aumentar los salarios, esto podría obligar a la empresa a tener que transferir ese aumento a los precios, lo que repercutirá en los consumidores, de los cuales la gran mayoría son los trabajadores, disminuyendo la cantidad de lo que se consume.
Muchos perderán, habiendo despidos, imposibilidad de encontrar empleo, y quiebras por parte de los productores menos afortunados. Por lo que se genera un retroceso de la producción y de la calidad de vida.

Lo principal, como para solucionar cualquier asunto de esta magnitud, es hacer un buen diagnóstico, para poder brindar la mejor salida al problema posible. Si hay ciertos sectores, o si hay un número grande de trabajadores que no están ganando lo suficiente, siempre hay que analizar las verdaderas causas de por qué ocurre lo que ocurre, y no caer en falsas promesas de campaña, ni en soluciones artificiales, que lo único que hacen es meter la cuestión bajo la alfombra, para que luego cuando la misma se vea abarrotada, no hacerse cargo de las consecuencias.

El tema siempre pasa por el mismo lado: preferencia temporal. Tendemos a elegir, y esto es propio del ser humano, que las soluciones inmediatas y a corto plazo por encima de las medidas de largo plazo, y es que, nada es fácil, ni nada es gratis. Hipotecar el futuro, por algo en el presente, condena el mañana y nos deja a la deriva. No por nada la paciencia y la prudencia son virtudes clave en la consecución de la prosperidad. Espero que algún día lo veamos.