Continuando con la línea de la nota anterior de “Desde Hammurabi y el Antiguo Egipto, hasta hoy”, estableceremos algunas aseveraciones, que nos ayudarán a comprender el asunto a mayor profundidad.

Inmediatamente después, del demostrado fracaso histórico de las medidas de controles de precios, se suelen sobrevenir, generalmente, una serie de medidas “correctoras”, que pretenden minimizar los daños. Pero que todas parten de una pobre comprensión del problema de fondo. Incluso a veces, nos hace dudar, sobre si las intenciones de los que las promueven, son del todo honestas.

Debido al carácter inescapable de la evidencia empírica. Empecemos con una de las más conocidas: el racionamiento.
El racionamiento, implica un doble sistema de precios o un doble sistema monetario, en el cual, cada consumidor, por decisión del gobierno, dispone de un acceso limitado a una determinada cantidad de bienes o servicios, debido al desabastecimiento causado previamente por el control de precios.

Este tipo de medida lo único que genera es una limitación de la demanda, sin estimular la oferta, como hubiese logrado el libre mercado con un precio más alto. La segunda medida que nos atañe es: el control de costes de producción. Esta medida suele presentarse bajo la premisa de asegurar el abastecimiento, una vez más, luego de los desastrosos resultados del control de precios.

Un argumento común podría ser el siguiente: “Para mantener bajo el precio de la carne al por menor, se le fija un precio al por mayor: al precio en matadero, del ganado vivo, los salarios de los braceros, etc”. Llevando este argumento a sus inevitables consecuencias lógicas, se entendería que, sus resultados se convertirán en la causa primera del problema, sobre la cual en el presente se excusa esta medida.

Es decir, esto nos va a llevar de nuevo al problema de la escasez, ahora además en los factores que intervienen en la producción de los bienes y servicios que se pretendan regular. Es por ello, que este tipo de medidas, sólo generan una necesidad depredatoria de extenderse para mantener todo en la órbita del control y poder así garantizar el abastecimiento, y poder así garantizar el abastecimiento, paradójicamente, profundizando el problema y generando que sea cada vez más complicado salir de él.

Esto nos lleva, en muchos casos, por no decir casi todos, a otro intento de seguir parchando la situación con más intervencionismo y control estatal: la fijación general de los precios. En última instancia, el Estado buscaría mantener controlada la situación, otorgando subsidios. Esto se vería reflejado en mantener bajo el precio de la carne, y si produce escasez, otorgar subsidios a los productores. Grave error.

Suponiendo que el subsidio va a asegurar la producción de la carne, por ejemplo, podemos decir que, por más que este se le pague a los productores, los verdaderos subvencionados son los consumidores. ¿Cómo es esto? Muy simple. Porque los productores, en este caso, no reciben por su producto más de lo que podrían conseguir en un mercado sin intervención.

Por otro lado, los consumidores obtienen el producto, en este caso la carne, a un precio muy por debajo del que pudiera ofrecer un mercado libre. Por lo tanto, son ellos los que en realidad son los beneficiarios del subsidio con respecto al supuesto importe pagado a los productores.

Y salvo que el producto subvencionado esté racionado, serán quienes tengan más dinero los que podrán adquirirlo en mayor cantidad. Por lo que las personas con mayor poder adquisitivo estarían más subvencionadas que los que tienen menos dinero. ¿No era el objetivo de estas medidas beneficiar a los más pobres?

A su vez, cada consumidor, como contribuyente que paga impuestos, se termina subvencionando a sí mismo. Y en este laberinto es muy difícil determinar quién le subvenciona algo a alguien. Siempre alguien debe pagar los subsidios, y aún no se ha descubierto en la historia de la humanidad, un método según el cual la gente obtenga algo a cambio de nada. Lo gratis no existe.

La intervención de precios, o incluso los acuerdos generales de precios, con mesas de diálogo, pueden parecer o presentarse como un éxito en un corto período de tiempo, sobre todo en tiempos de crisis. Pero mientras más se prolonga, mayores dificultades acarrea y mayor control e intervención requieren.

En definitiva, mantener los precios arbitrariamente bajos, degenera en que la demanda termine superando, invariablemente la oferta, aumentando exponencialmente el grado de dificultad para solucionar el problema. Para concluir, el uso político de este tipo de propuestas, podría sintetizarse fácilmente en la siguiente frase: pan para hoy, hambre para mañana.