La pregunta de oro, para partir aquí, sería la siguiente: ¿Qué ocurre cuando el Estado pretende mantener el precio de un artículo o varios artículos, por debajo del nivel que alcanzaría en un mercado libre, mediante la competencia?
La excusa general de los gobiernos, para aplicar estas medidas de intervención de precios, suele ser casi siempre la misma: “hay que fijar precios máximos para ciertos productos básicos, ya que son esenciales para los menos necesitados, y estos deben adquirirlos a un precio razonable”.
La pregunta que nos hacemos ahora, a partir de lo anteriormente enunciado sería: ¿Quién determina qué es razonable y qué no? Parecería ser que al Estado no le basta con poseer el monopolio de la violencia, sino que ahora incluso se jacta de tener el monopolio de la verdad. Al parecer, los mismos que ganan fortuna calentando una banca, conocen mejor que nadie la situación del pobre, y poseen la varita mágica para cambiarle la vida.
Volviendo a la primera pregunta, pongamos de ejemplo algunos productos básicos como: pan, leche, carne, y analicemos el habitual discurso político, que casi siempre es algo así: “Si dejamos al mercado la fijación de precios de estos productos básicos, cuando la demanda sea alta, el precio se va a disparar, pudiendo solamente los ricos acceder a ellos. El acceso a esos productos se va a ver condicionado por el dinero que tenga cada uno. Si se mantiene el precio bajo, todos tendrán una parte justa de estos”.
Felicitaciones, acaba de ser testigo de la manifestación corpórea del famoso discurso populista. Este argumento sofista, carece de lógica y está lleno de engaños. Si según lo enunciado, el poder adquisitivo, el dinero del cual dispongo, determina más que la necesidad, ocurriría exactamente lo mismo, en menor grado, con un precio máximo. Usemos el ejemplo de la carne. Si: Precio carne en mercado: $200 (hipotético). Precio carne regulado: $100 (hipotético)
Según la misma línea populista, el problema seguiría existiendo, ya que habrá gente que no pueda siquiera pagar $100. Este argumento sólo tendría sentido, si se regalara la carne.
Otra falacia utilizada comúnmente es la siguiente: “Tenemos que impedir que suba el coste de vida”. De nuevo, esto es creer que el precio que ellos deciden arbitrariamente para un producto o servicio, es razonable y cualquiera por encima de él no lo es, pasando por alto todas las condiciones de producción o demanda, que podrían afectar el precio de dicho producto. Muchos consideran que el precio establecido en un primer momento en el mercado es el precio normal y justo, y consideran cualquier tipo de variación del mismo como anormal e injusta.
Esto carece totalmente de sentido, ya que los mismos que se proponen intervenir los precios, se atribuyen fijarlos donde de verdad los situaría el libre mercado. Pero hay un detalle indispensable aquí. Los mismos que se jactan de fijar los precios, no entienden absolutamente nada de la realidad del mercado, y creen que los precios sólo suben como forma de abuso por parte de los empresarios, de forma desenfrenada y sin control, por el mismo motivo. Un sinsentido.
Echemos un ojo a las consecuencias de mantener el precio de una mercancía, por debajo de su nivel de mercado, y desenmascaremos de una vez esta farsa:
- Sube la demanda del artículo intervenido. Al estar más barato, la gente se tienta a comprarlo en mayor cantidad.
- Por ende, se reduce la oferta. Al haber más gente comprando el artículo, este se agota a mayor velocidad. La producción se contrae. Los beneficios de vender el producto, se reducen o directamente se eliminan. Los productores menos eficientes desaparecen y los más eficientes hasta pueden experimentar pérdidas, castigando al que mejor hace las cosas, y expulsando del mercado al que hacía las cosas medianamente bien, pero ¡ojo!, quieren ayudar a los que menos tienen.
Ayudémonos con un poquito de historia para continuar desmintiendo este delirio:
Durante la 2da Guerra Mundial (el control de precios es muy característico de los tiempos de guerra y el opio de los políticos durante estos escenarios), la Oficina de Administración de Precios de Estados Unidos, obligó a los mataderos a sacrificar y producir carne por menos de lo que costaba el ganado vivo, y el proceso de sacrificarlo y manipularlo.
Consecuencia final:
Lo mismo que ocurre con cualquier producto al que se le pretende fijar un producto máximo, la situación derivó en la escasez de la carne. Casualmente, el efecto contrario al que los gobernantes prometían. Ya que los artículos que pretendían que fueran de mayor acceso, ahora ni siquiera se pueden producir. Ahora nadie podrá disponer de ese artículo. Esto es lo que pasa cuando el gobierno se preocupa por solucionar las cosas, sobre todo con problemas que él mismo causó.
Para finalizar, otra asombrosa consecuencia de la benevolencia del Estado para con los precios es que, al limitar la fabricación, por la reducción de beneficios y por ende, la caída de salarios de quienes fabrican los productos intervenidos, se desalienta la producción de los artículos de primera necesidad, estimulando la fabricación de productos de lujo o semilujo, es decir, menos esenciales.
Si hay algo de lo que hay que tener conciencia, es de que el Estado no va a venir a solucionar nada. Las soluciones, por más loco que les parezca a algunos, no se encuentran allí. La clave está en dejar de creer que el Estado es un mesías todopoderoso, que vendrá a salvarnos la vida. La verdadera solución depende de lo que nosotros decidamos. Dejemos atrás los falsos dioses, sólo así encontraremos las respuestas y los resultados que esperamos.